Dicen que hay dos maneras de hacer correr un perro en una carrera: amenazándolo con un palo o colocándole un conejo por delante. Así también nuestras acciones están impulsadas o motivadas por el castigo o el premio. Evidentemente es más agradable hacer las cosas por un premio y, además, es mucho más productivo.
Cuando estamos en un proceso educativo, sea enseñanza media o enseñanza profesional, se suele tener motivación por algunos ramos o materias determinadas. Es evidente que hay algunos temas que son de mayor agrado que otros. A veces la motivación se puede perder por no tener presente la meta principal a la que se quiere llegar. Si miramos las acciones en una inmediatez en el tiempo, es fácil perder impulso.
Si deseo tomar un refresco, puedo echar una moneda a una máquina expendedora y encontrar satisfacción inmediata al obtener la bebida que quiero a los pocos segundos. Pero hay otras realizaciones que requieren días, meses o años. Aquí el premio puede demorar tanto tiempo que deja de estar presente en la mente y esto hace perder la motivación.
Supongamos que estoy estudiando en la universidad. Hay unas materias que no entiendo por qué están allí, no veo la relación que tenga con lo que a mí me gusta. Para recuperar la motivación y perseverancia, debo entender, en primer lugar, que son materias necesarias para completar la formación en la profesión que quiero obtener. En segundo lugar, debo tener siempre presente en mi mente para qué quiero obtener mi especialidad profesional.
Completar un estudio determinado tiene propósitos importantes, o debería tenerlos. Me permite realizarme profesionalmente, mantener una familia, ser alguien en la sociedad, aportar con mi experiencia para el progreso de otras personas, dar empleo, tener recursos para apoyar organizaciones solidarias, etc. Entonces, cuando me enfrente a determinada materia puedo pensar en mis metas finales y decirme: “esto es importante y valioso, porque me permitirá lograr mis metas futuras”.
Mientras seguimos este proceso que toma años, es conveniente premiarse por los pequeños y numerosos logros intermedios. Por ejemplo, ser participativo en una clase, completar una materia de estudio, terminar de preparar un control, finalizar una actividad para la casa, etc. Cada vez que se termina una de estas acciones, darse un pequeño premio: permiso para salir a pasear, ir a bailar el fin de semana, escuchar música, comer algo sabroso (¡cuidado con el exceso de calorías!), ver una película o cualquier otra acción que produzca una satisfacción y que de alguna manera no pertenezca a la rutina de todos los días.
Sergio Valdivia Correa
0 comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar!